Por Tomás Miribuk

Hoy mi casa no es lo que era antes. Hace un buen tiempo vivía con mis padres y abuela paterna, iba caminando con mi madre hasta el jardín Begoña que estaba cerca. Un año antes de terminar el jardín nos mudamos al Barrio Movediza.
Durante los primeros meses no podía dormir, entonces me iba con mis padres hasta que ellos tomaron la decisión de dejar la luz prendida durante la noche. Recuerdo que no me adaptaba a la casa nueva y hacía cualquier cosa para que nos fuéramos del lugar.
Pasaron los años y con mucha dedicación y trabajo habíamos agrandado la casa el triple de su tamaño. Compramos un perro y adoptamos dos de la calle. Mi habitación pasó a ser más grande, cómoda y ordenada; con escritorio y silla, camas, armario y mueble. Poco a poco la casa fue agradándome y me sentí más cómodo, seguro y libre. Creo que mis padres hicieron diferentes cosas para que me sintiera bien.
Recuerdo también que cuando llegamos al barrio no tenía intención de relacionarme con nadie ni generar un vínculo. Veía a las personas como si fueran de otro mundo.
Cuando pude relacionarme con un vecino un año menor que yo, nos hicimos amigos durante diez años y sin alguna razón deje de tratarme con él.
A principio del 2020 comenzó la pandemia y nos obligó a quedarnos en nuestras casas. Tuve que convivir más tiempo con mi familia y adaptarme a la nueva forma de estudiar y rutinas.
Hoy mi habitación es mi parte favorita de la casa, cuando llego todos los días lo primero que hago es ir a ese lugar y pasar tiempo ahí, estoy con el celu, escucho música y camino.