Por Tobías Solla

Con un futuro lleno de incertidumbres y una vida atrás, es como se fueron hacia una Argentina conocida por darles cobija a todos aquellos que escapaban de las guerras y crisis de Europa.
Ella vivía en un pequeño pueblo llamado Francica de la región de Catanzaro, muy chico, tanto que no figura en muchos mapas. Su padre excombatiente, su madre ama de casa, y ella la encargada de cuidar a sus hermanas junto con su hermano mayor.
La mencionada en cuestión es Fortunata Ferro mi abuela, actualmente tiene 77 años, pero ella emigró a la Argentina a la temprana edad de 7 años. El cambio fue radical ya que ellos vivían en un pueblo muy tranquilo alejado de todo y de pronto se encontraron en un puerto lleno de gente que buscaba lo mismo que ellos: un futuro mejor. Su padre que había retornado de la Segunda Guerra Mundial, tras haber estado cautivo por el ejército británico durante 1 año, volvía a su querida Italia para irse del viejo continente hacia América.
Tras un viaje, bastante movido por el océano Atlántico, la familia Ferro llegó a tierras argentinas. Se las arreglaban como podían, vivían en un conventillo junto a un montón más de inmigrantes. Su hogar tenía solo dos piezas que se separaban en el dormitorio de los padres y en la otra cumplía la función de cocina y dormitorio de los niños. Para calentarse en el hostil invierno porteño se las ingeniaron con una especie de hogar, situado en el piso cerquita de donde dormían los hermanos con las brasas. Su padre, que se encargaba de llevar la comida a la casa, laburaba de albañil, mientras que su madre era ama de casa y estaba a cargo de las 3 hermanas porque el mayor ya trabajaba. Mi abuela no tardaría mucho en empezar a trabajar porque ya a los 13 años se había encontrado una changuita que perduró hasta que consiguió un puesto en una fábrica de zapatos. En esos años previos al prematuro inicio en la vida adulta, mi abuela fue a una escuela en la que le enseñaron a leer y escribir, pero tampoco tendría mucha paz porque serian recibidas como las “tanitas”, junto con sus dos hermanas y ella en especial sufriría de bullying. Obviamente no llegó a terminar los estudios secundarios por la necesidad de sustentar los gastos básicos de su familia.
Todo esto no le impidió a mi abuela ni a sus hermanos poder formar una familia y salir adelante. A través de mucha lucha y esfuerzos pudieron, junto a mi abuelo, conseguirse un piso en el barrio de Ciudadela de donde es oriunda mi mamá. Allí vivieron gran parte de su vida. A los treinta años, mi madre se mudó al interior de la provincia mientras que su hermano se iría unos años más tarde al sur. En el 2011 mi abuelo falleció a causa de un cáncer desarrollado en sus pulmones, mi abuela permaneció en ciudadela por 8 años más hasta que se cansó de la distancia con sus nietos y se vino a vivir a Tandil.