La llegada a la Estancia Ramón Santamarina

Por Catalina Maisano

En el fondo de cada familia se esconden historias que salen a la luz en cada uno de los encuentros familiares, tras charlar largas horas y recordar grandes vivencias del pasado, es como surge este relato.

Hace alrededor de 70 años atrás, Italia se encontraba en guerra y mi abuela materna, Graciela Quaglio, vivía allí junto con su familia. Como es de imaginar eran tiempos difíciles en los que las familias no sabían muy bien qué caminos tomar y hacia dónde dirigirse. Entre tantas decisiones muchos eligieron emigrar hacia otro país, como lo fue el caso de mi familia.  

Mi bisabuelo Pablo Quaglio, en ese entonces conocía a un señor argentino que trabajaba con él en Italia, pero que estaba asentado en Argentina y tenía un campo allí. Fue tras la propuesta de dicho señor que mis bisabuelos optaron por emigrar de Italia hacia Argentina, donde Pablo comenzaría a trabajar en el campo que este hombre tenía en Lobería.

Para todo esto, por supuesto, tuvieron que embarcarse, pero antes se encargaron de regalar todas las pertenencias que tenían allí.

El viaje en barco duró alrededor de veinte días, y en él también se encontraban más inmigrantes que, como mi familia, estaban en busca de un lugar seguro que los recibiera.

Una vez llegados a la Argentina, vivieron no más de unos meses en el campo, ya que mi bisabuelo tomó la decisión de volver a mudarse. En esta oportunidad a una estancia, la Estancia “Ramón Santamarina”, situada Villa Cacique, en la cual iban poder tener una mejor calidad de vida, ya que los dueños les iban a proveer alimentos y a su vez les iban a dar un hogar y trabajo.

Mi abuela tenía dos hermanas, Prima y Yanina. Prima era su melliza, de cuatro años y medio, y Yanina era la más grande que por la edad ya iba a la primaria. Esta oportunidad que les había dado la estancia les vino muy bien, ya que Pablo, con el sueldo que ganaba al trabajar como peón, podía mandar a mi abuela y sus hermanas a la escuela primaria, quienes tenían que aprender nuevamente a leer y escribir ya que habían pasado del idioma italiano al español.

En la escuela los alumnos no tenían las mismas edades, ya que como es en el caso de mi abuela, muchos eran inmigrantes y retomaban los estudios cuando volvían a tener la oportunidad. Es por estas diferencias que los niños no dejaban las burlas de lado y muchos sufrían por ello. A pesar de esto, mi abuela, junto a sus dos hermanas, logró escolarizarse y terminar el primario para continuar el secundario, que se estudiaba en el colegio pupilo de hermanas. Al ser pupilo, implicaba que las familias pagaran por ello, por eso mismo este nivel era una oportunidad para quienes podían realizarlo- Pero este no fue el caso de mi familia ya que el padre de mi abuela tenía un sueldo que cobraba por su trabajo, pero en ese entonces era mínimo, debido a que contaba con la vivienda y los alimentos necesarios para satisfacer las necesidades.

Esto ocasionó que no tuvieran la oportunidad de realizar el secundario, pero para ellas no fue un impedimento de avanzar con sus vidas, ya que Yanina, la mayor, conoció a su esposo en la fábrica de asfaltos Equimac, con quien se casó y se mudó a Buenos Aires. Mi abuela y su melliza se quedaron en la estancia junto a sus padres, haciendo tareas como bordar, planchar y preparar las mesas de la estancia.

El tiempo, por supuesto, fue pasando y mis bisabuelos comenzaron a necesitar compañía y de alguien que los asistiera, por ende, quienes se encargaron de esto fueron mi abuela y su melliza, que para ese momento ya tenían pareja.

 Por su parte, mi abuela conoció a mi abuelo Juan Francisco Salazar, en la misma empresa de asfaltos que su hermana Prima, con quien se casó a los 19 años.

Al tiempo de esto su patrona, la dueña de la estancia, le realizó una propuesta a mi abuela, que, de aceptarla, le abriría un nuevo camino a su vida. Se trataba de ir a Buenos Aires con ella, donde podría trabajar y a su vez hacer el secundario que no había podido realizar de chiquita. Sin embargo, mis bisabuelos necesitaban tener cerca a alguien que los pudiera asistir en caso de necesitar algo, ya que se habían mudado a Tandil, con lo cual mi abuela tuvo que rechazar la propuesta de la estanciera y mudarse a Tandil junto con su esposo, donde tuvieron a sus tres hijos, José, Gustavo y Vanesa.

Prima Quaglio, Yanina Quaglio y Graciela Quaglio, mi abuela, junto a su madre, María Omieti.