El amor en la sangre

Por María Bucu

Luis Carlos Saini era un hombre trabajador y amante de los hermosos seres llamados caballos, y además mi bisabuelo. Mi familia lleva en la sangre el amor por los corceles.

Esto surge con mi tatarabuelo, Gionavvi Battista Saini, un hombre que viajó de Italia a Argentina en el año 1870, en barco, solo y sin familia. En ese momento, la Argentina era conocida por la cantidad de trabajo y sus tierras sin labrar, de modo que muchas personas de afuera emigraban para aprovechar sus oportunidades. Llegó y de inmediato comenzó a trabajar. Estaba contento porque había conseguido empleo y esperaba tener una vida decente en Argentina.

En el siglo XIX, la situación económica y social de Italia era terrible y muchos inmigrantes llegaron en busca de aventura, trabajo y, en general, de un ascenso económico para conseguir mayores expectativas para el futuro. Esta situación estaba acompañada también de la inseguridad, la pobreza, la desigualdad social y la falta de educación.

Giovanni pasaba horas trabajando y para cuando terminaba, de regreso a su casa, transitaba las maravillosas calles de la Ciudad de Buenos Aires, más la calle Victoria (actual Juan B. Justo) y la plaza de la Victoria de Benito Panuzi, admirando los colores de esta plaza tan grande y de cómo su vida había cambiado de un abrir y cerrar de ojos. Había llegado sin muchas cosas en su vida, sentía que no le faltaba nada, que estaba satisfecho, hasta que conoció a mi tatarabuela, Francisca Panzarasa. Eran la pareja que cualquiera hubiera imaginado: hermosa y feliz.

Al casarse, decidieron irse lejos de la ciudad e instalarse en un campo para criar a sus 6 hijos y que mi tatarabuela pudiera ejercer sus habilidades en la huerta. Los años pasaban y mi bisabuelo Luis, crecía en el campo, sano y feliz. Allí conoció a los animales que lo llevarían a ejercer su pasión.

Sus padres tenían un horno de barro en el que fabricaban ladrillos de construcción. Para realizar este material usaban a los animales para aplastar la arcilla y que quedara una mezcla espesa y dura. Luego la cocinaban en el horno de barro y formaban los ladrillos. Les iba bien y no tenían de qué preocuparse, pero era cansador. Ellos no se quejaban, pero sus caras de cansancio los delataban. Luis no quería seguir el negocio de sus padres, quería hacer algo nuevo y diferente.

Él había formado una conexión con un caballo que usaban para los cultivos. Era un Tennessee de color bosillo, una mezcla de marrón oscuro con manchas blancas en su torso. En esa época esos caballos eran utilizados para tiro en la agricultura. Comenzó como una forma de pasar el rato hasta formarse en su nueva profesión. Sus padres estaban orgullosos de cómo su hijo podía subirse a un caballo sin asustarse ni caerse. Los años pasaban y Luis fue admitido en el corralón El Abrojo, un lugar donde se entrenaban caballos de carrera.

Giovanni Battista Saini (1853-1922)

Fue creciendo como cuidador y comenzó a ser reconocido en el mundo ecuestre convirtiéndose en la persona que siempre soñó. “Llegó a ser uno de los mejores cuidadores que tuvo la Argentina¨, según palabras de Martín Dupuy en Anécdotas Hípicas Venezolanas.

Pero la noticia de que mi tatarabuelo estaba enfermo y que era poco probable que saliera de esa, lo tomó desprevenido. Tenía 93 años y a esa edad era tiempo de que dejase de trabajar, pero él siempre siguió cuidando la huerta y los animales. Mi tatarabuela ya había fallecido a sus 87 años por un paro cardíaco y solo quedaba él. Giovanni Battista Saini había fallecido el 9 de octubre del año 1922.

Pasaron dos largos años y mi bisabuelo no podía salir del sufrimiento, dejando descuidada su carrera y los caballos. Los compañeros de trabajo fueron hasta su casa para averiguar qué era lo que ocurría que no se presentaba en el corralón. Lo encontraron afuera, sentado en los escalones de la casa de Battista, mirando la nada en un profundo silencio. Lo único que se oía eran los pájaros con sus cantos y los resoplidos de los caballos a lo lejos. No lo veían con un mínimo ánimo e hicieron todo lo posible para motivarlo nuevamente. Gracias a la ayuda de sus amigos, mi bisabuelo retomó su trabajo

Trabajó duro con un caballo llamado Yatasto, que en adelante sería uno de los grandes caballos que marcó la historia argentina. Yatasto era un pura sangre, marrón como el suelo, alto y con una contextura estructurada para un caballo normal. Hijo de un padrillo y de la hija del padrillo. Era tan rápido que captó la atención de muchos cuidadores.

Luis, con un ojo de halcón y puntería entrenada, lo inscribió en las carreras del Hípico Argentino. Solo le faltaba un jockey para comenzar con todo, pero los jinetes no tenían fe en ese caballo que había aparecido de repente. Sin embargo, había uno que lo tenía en la mira desde que Luis lo mencionó: Juan Carlos Contreras, que sería conocido como el jockey de Yatasto.

Comenzó a ganar incontables carreras, siendo cada vez más reconocido entre los entrenadores del hípico. Las más destacadas fueron: Gran premio Carlos Pellegrini; Gran premio Polla de Potrillos; Gran premio Jockey Club; Gran premio Nacional; Clásico Miguel Cané; Clásico Montevideo y el Clásico más destacado de su carrera: El Clásico Hipódromo de Palermo, con una recorrida de 3000 metros en 3´04´´,200 de tiempo.

Nunca nadie pudo superar a este semental hasta su día de partida, que murió por ¨laminitis ̈, una inflamación en los cascos, haciendo que le fuera muy difícil moverse.

Todos recordaron al famoso caballo como una bestia de la velocidad.

Mi bisabuelo, orgulloso por sus logros, pero triste porque sus padres no llegaron a ver lo que consiguió con esfuerzo y dedicación, siguió con muchos caballos más hasta que su corazón no pudo más. Murió de un infarto el 21 de agosto de 1979, recordado como el mejor cuidador de caballos de la Argentina y padre de los pura sangre.

A toda historia contada, la verdad que estoy orgullosa de mi familia y de cómo es que generación tras generación, el amor por los caballos se fue transmitiendo hasta el día de hoy, llegando a mi familia y sobre todo, portándolo yo misma que soy cuidadora y jinete de caballos.