Lágrimas del ayer, una historia de abandono

En todas las familias hay historias. Algunas son simples anécdotas, otras encierran vivencias de destierros, ausencias, esfuerzo o dolor. Han viajado hechas narración de boca en boca, a través de las generaciones. En la alegría o en el dolor, creemos que todas merecen ser contadas. Así que sentados en una ronda y con los ojos cerrados, nos propusimos con los chicos de 6to año de Comunicación, recuperar un recuerdo de familia que estuviera en nuestra memoria. A partir de él realizamos entrevistas y reconstruimos la información que nos faltaba tanto con fuentes escritas, como orales. Y luego con todo eso en nuestra mochila, nos sentamos a escribir estas Historias de familia, que les presentamos en esta serie. Disfruten de las producciones de nuestros chicos en el espacio de Taller de Producción en Lenguajes, coordinado por la docente Virginia Himitian.

Celina Colombo nos introduce en el mundo infantil de Mariana, su mamá, para contarnos una dolorosa historia de abandono.

La primera vez que pasó, Mariana estaba en la casa de su abuela materna, tenía mononucleosis y siempre que se enfermaba la llevaban con ella, para que la cuidara. La mayor parte del tiempo era vista y tratada como una adulta más, a pesar de ser una adolescente transitando el segundo año de secundaria. Su madre, Alicia, trabajaba como maestra y vivían en Tandil junto con sus dos hermanos, Sebastián y Martín, y su padre Juan Carlos, quien era viajante y dedicaba su tiempo desplazarse al sur a vender su mercadería.

Ese día, en el que estaba disfrutando los cuidados y mimos que su abuela Rosa le daba, Mariana sintió un poco de revuelo en su casa. Al llegar del trabajo, Alicia se había encontrado con que Juan Carlos no estaba, al cabo de unas horas en las que él seguía sin aparecer decidió revisar sus cosas, fue a ver su ropa y solamente había un par de remeras que estaba segura que él no usaba, con mucha desesperación y con esperanza de que su intuición se estuviera equivocando, siguió buscando sus pertenencias mientras su corazón y su mente empezaban a aceptar lo peor; se había ido, los había abandonado.

Por unos días intentó no alarmarse, pensaba que seguro estaba en uno de sus numerosos viajes en los que pasaba días fuera de casa. El último tiempo, él había estado preocupado por no tener dinero, así que Alicia intentaba convencerse a sí misma de que se habría ido a realizar trabajo extra o algo relacionado, ya que también se había llevado consigo toda la plata que tenían guardada.

Después de esperarlo unos días, Alicia no aguantó su ansiedad y fue a buscarlo a Neuquén, donde él se iba por sus viajes de trabajo, con la fe de encontrarlo y llevarlo de vuelta a casa. Por mala suerte (o buena), destino o como le quieran llamar, fue que una tarde de sábado, paseando en colectivo por Neuquén, admirando las calles y la gente, lo vio. Juan Carlos iba caminando de la mano con una chica que ella nunca había visto antes. Ahí fue cuando el mundo de Alicia se paralizó y todas sus esperanzas de que él volviera a sus vidas se hicieron pedazos, un dolor penetrante y un gran sentimiento de incertidumbre tomaron control de ella, que aguantándose las lágrimas siguió su viaje en colectivo, para unos días después volver a Tandil.

La vida siguió como si nada para sus dos hijos varones, ya que decidió contarle lo sucedido solamente a Mariana; como dije, ella era una adulta más en la casa, y Alicia la veía capaz de soportar una carga de esa gravedad, ocultándoselo a sus hermanos como si nada pasara. Pero ella era simplemente una niña, que apenas podía hacerse cargo de sus cosas, teniendo que seguir su vida como si todo siguiera igual, con la gran diferencia de que ahora su padre ya no formaba parte de su vida. Luego de preguntar por varios días dónde estaba su papá y recibir dudosas respuestas por parte de ambas, Sebastián, que era el mayor de los tres hermanos, finalmente se dio cuenta de que su padre no volvería, y comenzó a asumir el rol de hombre de la casa.

Los años pasaron, Mariana cumplía 15 años cuando Sebastián decidió ir por su cuenta a Buenos Aires a visitar a su familia, y una vez más, por las vueltas de la vida (y esta vez más por mala suerte que cualquier otra cosa), se encontró a su padre allí. Juan Carlos le dijo con lágrimas en los ojos que estaba muy arrepentido, que necesitaba y deseaba volver con su familia. Como suele pasar cuando el amor nubla la razón, Alicia decidió perdonarlo y darle una oportunidad. Con la excusa de que quería enmendar todo el daño y todo lo malo que había hecho, los llevó a vivir a Cataratas de Iguazú con él. Mariana y Martín permanecieron enojados con él y sin dirigirle la palabra en todo el viaje, después de todo, eran ellos quienes habían visto la tristeza inmensa de su madre, y quienes habían sentido en carne propia el enorme vacío que deja el abandono de un padre.

El tiempo pasó, la relación entre ellos ya estaba muy tensa y desgastada, Juan Carlos trabajaba cada vez más horas y decía ganar mucha plata, pero en casa no veían nada. Alicia continuaba ciega por amor y justificaba día a día sus actos de irresponsabilidad. Como si le hicieran falta más disgustos por parte de su padre, Mariana un día se enteró de que el viaje a Iguazú no había sido más que una excusa para poder llevar más mercadería ya que eran más, y beneficiarse en su negocio. Un tiempo después, él volvió a abandonarlos, sin ninguna explicación, sin ninguna razón. Pero ellos ya estaban acostumbrados a las decepciones.

Hasta hoy en día no lo volvieron a ver, y tanto Mariana como sus hermanos no saben explicar qué pasaba por la cabeza de Juan Carlos para hacerles pasar por un sufrimiento semejante. Algunos le guardan rencor, otros ya no piensan en eso. Cada uno encontró una forma de canalizar su dolor y de llenar el vació que deja la falta de atención y amor por parte de su figura paterna, pero todos coinciden en que es una de las peores cosas que puede pasar en la vida de un niño.

 

Fotografía del archivo familiar: Martín, Mariana y Sebastián en su infancia