En todas las familias hay historias. Algunas son simples anécdotas, otras encierran vivencias de destierros, ausencias, esfuerzo o dolor. Han viajado hechas narración de boca en boca, a través de las generaciones. En la alegría o en el dolor, creemos que todas merecen ser contadas. Así que sentados en una ronda y con los ojos cerrados, nos propusimos con los chicos de 6to año de Comunicación, recuperar un recuerdo de familia que estuviera en nuestra memoria. A partir de él realizamos entrevistas y reconstruimos la información que nos faltaba tanto con fuentes escritas, como orales. Y luego con todo eso en nuestra mochila, nos sentamos a escribir estas historias de familia, que les presentamos en esta serie. Disfruten de las producciones de nuestros chicos en el espacio de Taller de Producción en Lenguajes, coordinado por la docente Virginia Himitian.
Puesto en la piel de Rosana, su mamá, Santiago Herrero escribe su relato en primera persona.
Quiero contarles uno de los casamientos con más inconvenientes en el medio, el mío. Ya pasaron 23 años desde aquel evento y todavía me sigo riendo de la pesadilla que fue para ambos. Creo que es muy poco probable que alguno de ustedes tenga con qué retrucarme a la hora de relatar una boda tan desastrosa como ésta.
Nos conocimos en la Universidad Nacional del Centro (UNICEN) que queda en Tandil, más o menos por el 86. Finalmente nos pusimos de novios el primero de enero del 91, fue una locura que Miguel me llamara en plenas fiestas para pedirme que fuera su novia.
Pasaron 5 años y decidimos casarnos, ¡quién diría que se nos complicaría tanto todo! Desde las flores hasta el vestuario, no había cosa que estuviese saliendo bien ese día. Para empezar, la torta de casamiento se nos caía para un costado a medida que avanzaba desde la camioneta de donde llegó hasta la mesa donde debía estar. Créanme que ver a mí cuñada correr como una loca hasta la torta para levantarle el fondant y arrancarle el relleno de la base, usando sus manos, en un principio me paralizó… Pero al entender lo que trataba de hacer, sentí que tenía a la cuñada más práctica del mundo. Mónica, en un intento por demostrar sus habilidades como arquitecta no matriculada, instaló unos pilares en la torta que sostenían la compleja estructura en su totalidad, y posteriormente los tapó utilizando el fondant que había retirado con suma delicadeza. El único detalle era que ahora la torta se había vuelto incomible. Aquellos pilares agregados no eran más que copas para el champagne, que en un principio iban a ser para nuestros invitados… Pero bueno, dadas las circunstancias creo que todo vale ¿No?
Hasta el día de hoy me sigo preguntando… ¿por qué Miguel le metió tantas cosas a esa torta? Estoy segura de que si no le hubiese puesto todas esas nueces, ciruelas, duraznos y esas cosas que le gustan a él, la torta estaría más que en pie y Mónica no tendría que haber estado haciendo labores de ingeniera en plena fiesta.
Por otra parte, ¿cuántas posibilidades existen de que el mercado central de flores en Buenos Aires se queme justo el día de tu boda? La verdad, yo creo que son casi nulas, estamos hablando de una en un millón o algo así. Increíblemente pasó… Nos enteramos el mismo día de nuestro matrimonio que la central había ardido en llamas y que era imposible que el ramo que habían preparado con tanto cariño y dedicación llegase para la fecha solicitada. Tuve que elegir unas flores de las calles de Olavarría para salir del paso, pero claramente no fue lo mismo.
Ni siquiera mi vestido había quedado como yo quería. Quienes se hayan casado o se estén por casar sabrán que los novios deben hacerse unos exámenes de salud prenupciales antes de la ceremonia en el registro civil. En otras palabras, quiere decir que hacían falta análisis de sangre. ¿Pueden creer que la enfermera no pudo encontrar mi vena para hacer los estudios? ¿Y qué por esta razón me quedó el brazo violeta? Sí, violeta. Mi brazo era un desastre, parecía que me lo habían machacado a golpes cuando tan solo había sido víctima de una enfermera con mala puntería para hacer su trabajo. Insólito. No me quedó más remedio que taparme los brazos con unos guantes que compre por ahí y que apenas combinaban con mi vestido. A esta altura yo ya pensaba que nada me había salido tan mal como ese día, ni siquiera criar un hijo pensé que podría ser tan complicado como organizar una boda de estas características.

Por suerte, ya no había nada más que pudiese salir mal. Estaba caminando hasta el altar con total alegría. Ya nada me importaba, ni el ramo, ni los guantes, ni mucho menos la torta (ni siquiera se notaba el arreglo que tenía en su interior). A pesar de todas esas cosas, yo estaba muy contenta.
Terminó la ceremonia y me senté en la mesa con mi esposo, dispuesta a disfrutar de nuestra primera cena como marido y mujer. De solo pensar que habíamos contratado al mejor asador de Olavarría para cocinar el cordero que había conseguido mi padre, se me hacía agua la boca. Comenzaron a salir los mozos y vi como el primer plato se acercaba a mi mesa. Para nuestra fortuna, todos degustamos un excelente cordero… ¡Carbonizado!, y a un asador bajo los efectos del vino tinto.
Por suerte acá estamos, seguimos disfrutando de nuestro matrimonio a pesar de que la fiesta haya sido un completo desastre. Eso sí, cada vez que se lo contamos a nuestro hijo Santiago, él se mata de la risa… Y no lo culpo, este relato se ha convertido en una de las historias más graciosas en nuestra vida.