Por Camila Allo

Mi hermano Benicio Espíndola llegó a mi vida. Nació en el Hospital Ramón Santamarina el 7 de julio de 2017 en Tanidl, provincia de Buenos Aires.
Fue un bebe muy buscado y muy esperado por todos. El día de su nacimiento algo no estaba bien. Nació por cesárea y nunca lloró, solo se quejaba; a lo que los médicos dijeron que si seguía así habría que llevarlo a neonatología. Pasaron las horas y Benicio rompió en llanto y no paraba de llorar. Todo parecía normalizarse y fue transcurriendo el tiempo hasta que cumplió diez meses. Fue ahí cuando mi mamá empezó a contarnos a mi papá y a mí, sus preocupaciones. Nos dijo que Benicio, no la seguía con la mirada, que había dejado de hacer cosas que había logrado, que no tenía reacción cuando lo llamabas por su nombre. Comenzaron las primeras consultas con la pediatra y ella contestó que era algo muy normal de su edad, no habría que preocuparse.
Seguían pasando los meses y cumplió el primer año, y cada vez mi mamá seguía insistiendo con sus preocupaciones. Benicio había dejado de decir palabras que ya había aprendido, cada vez parecía menos conectado con el entorno, no conectaba con la mirada y fue tanta la preocupación de mi mamá que decidió llevarlo a una neuróloga. Ella entendió lo que mi mamá le decía y lo que realmente le preocupaba, entonces decidió hacerle muchos estudios y consultas con especialistas.
A los 18 meses de Benicio nos dieron el diagnóstico, mi hermano tenía trastorno del espectro autista (TEA). Desde ese día entró el autismo a mi vida. Al principio fueron muchos llantos y preocupaciones de no saber qué iba a pasar, pero siempre buscando lo mejor para Benicio.
Con un año y medio, Benicio empezó sus terapias siendo el más chiquito del lugar terapéutico viendo sus cambios y progresos increíbles.
En casa aprendimos a comunicarnos de mil maneras con él, aprendimos que los ruidos son malos para él y para muchos niños. Aprendimos a explicarle todo y a jugar con él de mil maneras diferentes. Hoy Benicio tiene 5 años. Después de tres años y medio de terapia va al jardín, habla y se comunica con nosotros perfectamente, solo que ve el mundo y lo habitual de una manera diferente. Nosotros aprendemos todos los días igual que él y nuestra vida se pintó de color azul, convivimos con el autismo día a día, pero siendo muy felices.
